El vino interroga, lanza preguntas más allá de algo que no conocemos. Atrae debido a una interpretación infinita: ritmo, armonía interna y endógena, singularidad. La cocina es abierta, rica, matizada. La atmósfera que rodea un vino y una comida es existencia, aprendizaje y poesía. Es una relación que se convierte en transformación.

La cocina y el vino están cargados de una simbología que expresa su origen y cultura, se convierten en rituales de una región, país o del mundo en general. Esa simbología pasa por varios filtros: identidad, sociedad, religión, historia y códigos, y ahí se transforma en un mensaje y una expresividad que exterioriza y transmite. Los vinos de Fermoselle Villa del Vino cuentan con ese patrimonio inmaterial y natural que hace de su ingesta un momento único.

Sin embargo, el vino posee una universalidad con la que la cocina no puede competir, ya que, con su compañía, la comida encuentra algo más allá de la pura ingesta gastronómica. El vino, con un solo ingrediente, ofrece análisis, reflexión, conocimiento y armonía, tiene gran capacidad de comunicación y el beneficio de poder ser compartido con todos los demás.

En la ruta Momentos Únicos contamos con una degustación de nuestros vinos. En esta y otras catas es preferible que nos centremos con atención en las cosas objetivas, su grado de acide, su sabor afrutado o floral, su frescura, textura. El 50% de la percepción de un vino es olfato y el otro 50% es el gusto, es decir, lo que domina su experiencia es la nariz.

Pero, para que el vino sea todo atractivo, tiene que haber una compañía, ya que el vino requiere relación social. El vino y su maridaje se interpreta con clima, tierra y contexto personal. El clima de Arribes del Duero es de carácter mediterráneo y sus tierras graníticas aportan al vino un matiz mineral muy importante y su gusto se complementa con la experiencia de la Visita Guiada por las Bodegas de Fermoselle, que otorga un contexto histórico de gran calidad e interés.

Cuando nos encontremos en un restaurante, debemos hacer que la comida se adapte al vino, no al contrario. Hay que adaptarlo porque el vino tiene más limitaciones que los alimentos. Por ejemplo, si a una becada le añadimos vainilla aumentaremos el abanico de sabores para que el vino encaje mejor, si el vino es algo áspero se acompañará con algo que lleve crema de leche, pues así, siempre nos parecerá más redondo.  El famoso e innovador chef Alain Senderens entendía que un plato complejo tenía que asociarse de manera inteligente con un vino, y no a la inversa.

Recomendaciones para el maridaje del vino

Un vino blanco que se descorche para el entrante o el pescado debería explicitar un punto medio de acidez y grosor. Debe tener una graduación mediana, ligeramente aromático. Cuando nos adentramos en la comida, con platos consistentes, es necesario un tinto más acido, pero con una suavidad coral que nos permita interactuar con la comida de la manera más fácil y nítida. Las verduras, por ejemplo, no casan con los vinos blancos debido a que ya tienen acidez de forma natural, y, con un tinto con tanicidad, se igualan.

Los pescados, cuando es desalado y no fresco, se puede comparar a una carne, por lo que un vino tinto también será una buena opción. Los tintos hacen, asimismo, buena comunión cuando el sabor de un alimento no sobresale, pero resulta envolvente en la lengua y el paladar, prolongando el proceso de la degustación y permitiendo apreciar los matices de cada sabor.

Vino Blanco

En líneas generales, los vinos blancos se ajustan óptimamente con aperitivos ligeros, pasta arroz, carnes blancas y, como hemos mencionado anteriormente, pescado. Sin embargo, dentro de los vinos blancos debemos tener en cuenta su acidez y su dulzura. Por ejemplo, los pescados blancos (merluza, cabracho, bacalao…) encajan bien con vinos blancos secos, mientras que los pescados azules (anchoa, sardina, atún…) se toman con vinos blancos más maduros o tintos jóvenes. El marisco, por su parte, suele casar bien con vinos blancos muy afrutados, como los vinos de variedades Malvasía, Doña Blanca o Puesta en Cruz, que encontramos en nuestra DO Arribes.

Respecto a las carnes blancas (pollo, conejo, pavo) la diferencia principal reside en la forma de cocinarlo puesto que, si con salsas o especias, estos combinarán mejor con blancos más asentados que si cocinamos estos alimentos a la plancha, donde el vino seco será la mejor opción.

Vino dulce

Si nos centramos en los vinos blancos semidulces o dulces, además de los ya mencionados aperitivos, pescados y mariscos, aparecen nuevas posibilidades como el queso, la fruta… ¡incluso la comida muy picante! ya que el dulzor propio de estos vinos contrarresta el picor de este tipo de recetas. Por supuesto, los blancos dulces también enlazan con los postres, aunque hemos de tener en cuenta que cada paladar es un mundo y hay quien prefiere los contrastes.

Vino Tinto

Cuando queramos sacar el máximo partido a los vinos tintos, debemos conocer la edad del mismo, ya que las diferencias entre un vino joven y el de un crianza o reserva son muy marcadas; un vino joven es el que se consume dentro del primer año, mientras los crianzas tienen un envejecimiento de, al menos, 24 meses, frente a los 36 del reserva.

Este tiempo de madurez tanto en barrica como en botella, otorga a los vinos unos sabores y matices diferentes, lo que le da unas posibilidades desiguales en el maridaje. Hay que tener en cuenta que los vinos tintos con mucho grado alcohólico pueden hacer que una comida ligera no sepa a nada, por eso deben acompañarse de comidas más fuertes.

En conclusión, la mayoría de vinos tintos combinan bien con tapas varias, carnes, guisos, legumbres, aunque se pueden hacer mezclas más precisas en relación a su tiempo en barrica. Un vino joven acompaña perfectamente a embutidos, fiambres, quesos semicurados, pasta, carnes blancas o pescados azules sin demasiada transformación culinaria. También encaja con algunas carnes y pescados en salsa. Por su parte, los crianzas van de la mano de platos de carnes asadas o a la brasa, guisos, quesos curados y embutidos ibéricos. Un reserva o gran reserva acompaña maravillosamente a platos de caza y guisos más elaborados.

Los vinos de la DO Arribes, con sus famosas variedades Juan García, Bruñal, Rufete, Malvasía o Puesta en Cruz son capaces de transportarnos a aromas reales, complejos con sutileza, intensidad y sedosidad, más si los acompañamos de la gastronomía fermosellana tan rica en productos de calidad nacidos en la Reserva de la Biosfera de Arribes del Duero. Ven a conocernos y siente la degustación y el maridaje de unos valores únicos.